El Mostrador COLUMNAS
6 de diciembre de 2014
Comunidades
educativas y Estado
por: Ramón Briones y Hernán Bosselin (Abogados)
La
reforma educacional del gobierno y el debate que ha suscitado la misma, tienen
un vacío de orden sustancial que, de no corregirse a tiempo, afectará
gravemente el resultado y los efectos de la misma.
La
opinión pública escucha la discusión de los actores sociales sobre las reformas
a la enseñanza básica, media y universitaria. Se habla del lucro, selección y
copago y la imperiosa necesidad de proscribirlos por ser enemigos de la
calidad. Así se afirma en los proyectos de leyes en tramitación y sostienen
apasionadamente las autoridades de gobierno. Sin embargo, se omite un tema muy de fondo,
relacionado con saber, definir y conceptualizar, previamente qué son, en
esencia, los colegios o establecimientos educacionales y las universidades.
La mayoría de quienes han emitido juicios ponen el acento en la conformación
jurídica de tales entes, ya sean públicos o municipales, sociedades anónimas,
sociedades de responsabilidad limitada y, en su caso, corporaciones o
fundaciones. Acto seguido se sitúa como contraparte de tales organismos
directamente al Estado y se propicia que éste debiera tener una intervención
activa en la forma, modo y condiciones en que debe desarrollarse la educación o
enseñanza. Una especie de intervención masiva del Estado en todo el quehacer
educacional; para sus autores, que por sí misma traería aparejada una nueva
educación con recursos públicos de calidad.
¿DÓNDE ENCONTRAMOS EL VACÍO?
En la
ausencia de toda perspectiva que razone desde la circunstancia de que todos los establecimientos
educacionales mencionados, ya sean públicos o privados, de la enseñanza básica,
media o universitaria, son comunidades; mucho más allá de
la expresión jurídica que se les ha dado en cada caso concreto, a la luz de la
normativa del derecho público o privado, administrativo, civil o el derecho
comercial. Con frecuencia se tiende a olvidar que los colegios y universidades son
cuerpos intermedios entre la persona y el Estado. En esas comunidades viven y
se desarrollan las personas, tal como sucede a la par con las familias. Son el
punto de encuentro de las personas, desde su primera edad hasta que alcanzan
algunos a egresar de las universidades.
En la
enseñanza básica y media nos encontramos no sólo con el propietario y dueño del
establecimiento, sino que también y vitalmente con sus profesores y con los
centros de padres y los centros de alumnos. Los niños, ya desde el prekínder,
van aprendiendo a vivir y a relacionarse con los otros. Se integran los miles y
millones “yo” con los millones de los “otros”, y así se va conformando la
sociedad con un “nosotros”. El
primer nosotros nace en la familia. Más tarde ese “nosotros” se amplía cuando
el niño acude a la sala cuna, al jardín infantil, al colegio y se encuentra con
su comunidad educacional, la comunidad de compañeros y
compañeras de curso, la comunidad de sus maestros y la relación vital de los
padres que se agrupan en cada uno de los cursos y que hacen vida social
comunitaria. Esa comunidad con sus compañeros que se manifiesta también en
fiestas de cumpleaños, celebraciones de premios, actividades deportivas y
recreativas, reuniones de padres y madres, fiestas de colegio y, fuera del
establecimiento, es parte de una relación comunitaria diaria, que muchas veces
se prolonga a lo largo de toda la vida.
Si
llegan a la enseñanza superior, de carácter universitario o de otra índole, se
incorporan a un organismo más complejo cuya calidad no está determinada por la
cantidad de subsidios, becas, préstamos o rentabilidad del capital social de
los inversionistas o por la forma jurídica específica que se haya adoptado,
sino que por la efectividad de ser ellas verdaderos templos que buscan y
construyen la verdad, o las miles de verdades que conforman el pleno
conocimiento en las áreas de las ciencias sociales, jurídicas, psicológicas,
físicas, químicas y de tantas clases y especies de saberes que han ido
surgiendo en el curso de los tiempo. Así se va construyendo el Chile actual y
el del mañana próximo y remoto.
Las
reformas llamadas educacionales, debieran llamarse culturales. Estas últimas permiten, que
cada hombre, mujer o niño se forme, vaya adquiriendo su propia concepción del
mundo, desde su íntima y personal perspectiva. Aquí debiera estar el acento
fundamental de todo cambio o transformación. Debemos pensar qué hacemos para
que se deje de hablar sólo de las reformas educacionales y se entre de lleno a
dialogar y conversar, en todas las comunidades que existen en el país, sobre la
cultura, sobre ese saber existencial que hace que todas y todos fortifiquen su
esencia y dignidad de personas. Alejada la educación de la cultura se
transforma en entrenamiento o desarrollo de habilidades.
Las materias del orden estrictamente económico, aunque
importantes, debieran estar en un lugar secundario, pues son meramente
instrumentales. Por cierto que son muy importantes, no se puede prescindir de
ellas, pero lo que es relevante es que las actuales y futuras generaciones de
niños, jóvenes y menores adultos elaboren en profundidad una cultura propia.
Una
cultura que se funde en nuestra propia realidad geográfica e histórica. Como decía
Pablo Neruda, en su Canto General, en el principio no fueron las cascadas, sino
que los ríos arteriales. Como dice la
Biblia , en el principio y después de la oscuridad vino la
luz, que los científicos tratan en su teoría como el Big Bang. Tiene que haber
cultura en los maestros, profesores, directores de escuela, decanos, rectores,
directores y profesores de universidades. La prioridad de Chile debiera ser
cómo hacemos cultura. Desgraciadamente,
en estas tierras por un lado marcha el Ministerio de Educación y por otro el
Ministerio de la Cultura ,
pese a que la Educación en
su sustancia y ser vital es hacer cultura. Cuando se habla de que el fin último
de la reforma educacional es la calidad de la educación, nunca se ha mencionado
–ni por los rectores de las grandes universidades públicas, ni tampoco por las
autoridades políticas– la cultura propiamente tal; y se ha omitido que son los
cuerpos intermedios, las comunidades de base, las juntas de vecinos, los
centros de madres, los colegios con sus centros de padres, los centros de
alumnos, los claustros académicos, las iglesias, cualquiera que sea su
confesión y los organismos laicos, los que crean y hacen cultura.
Lo
que se ha producido en Chile es una disociación completa, entre enseñanza y
cultura y una omisión relevante sobre la esencia misma de los establecimientos
educacionales, que son y debieran ser centros culturales, centros vitales de la
creación y transmisión del conocimiento y de la verdad o, mas bien dicho,
expresión de las múltiples verdades que se descubren y se van conociendo. Con mucha sabiduría se ha
dicho que la verdad es una figura geométrica de infinitos lados. Los niños y
jóvenes deben adentrarse en ese mundo. En ese que comienza en la comunidad
pilar de toda sociedad: la familia. Hoy se habla de diversas clases de
familias, lo que por cierto reconocemos como una realidad. Digamos que nuestras
vidas comienzan cuando nos acunan al nacer, cuando nos reciben en este mundo,
en un hogar de afectos, de cariños y de tantos amores. Cuando vamos creciendo
llegamos con sorpresa y a veces también con miedo a la pequeña comunidad del
prekínder, si es que antes no hemos pasado por la sala cuna y el jardín
infantil. A medida que va pasando el tiempo, hoy en mayor número que antes se
llega a la universidad. Allí, en esa gran comunidad del saber, se debe buscar
siempre, más que un título profesional o una destreza técnica, una cultura e
identidad. Las universidades son comunidades del saber. Este debe ser plural.
Todas las visiones y perspectivas debieran ser recogidas en esos centros del
saber.
La
intervención del Estado, aun en sus propias instituciones, que tanto hoy se
reclama como principal, debe ser muy racional, para dejar que estas comunidades
o cuerpos sociales intermedios crezcan y se desarrollen en libertad. La libertad no es
contradictoria con la igualdad. Es deseable y constituye una aspiración noble
de la mayoría del país que exista igualdad de condiciones en la educación y en
las universidades. Esa igualdad no está en contradicción con la libertad que
deben tener los cuerpos intermedios. Ya que conjugando estos dos valores –la
libertad e igualdad–, se puede construir una sociedad mucho más fraterna. Esta sociedad fraterna solo se puede
construir desde la base a través de una sociedad formada por comunidades, y
especialmente por las comunidades de comunidades, en la que los
centros educacionales son los más importantes para una vida en común con
muchos, pero con plenas libertades.
Las
comunidades cohesionan los cuerpos sociales. En ellas pueden convivir diversas
culturas, igualmente distintas naciones. Todas pueden dialogar y conversar en
las comunidades. Estos son los organismos o cuerpos intermedios que existen
entre las personas y el Estado. Así como los derechos fundamentales se
estructuran para defender a las personas ante el poder del Estado, debiera
valorarse al máximo el derecho a formar comunidades, y ser parte de ellas. Por
ello, por violar su esencia, no pueden ser absorbidas total y completamente en
su organización y dirección por el Estado.
Cuando
el Estado se inmiscuye en todo y todo lo controla, dirige y fiscaliza, las
comunidades se resienten y como son organismos no solo de orden social, sino
que corresponden también a factores de carácter biológico, las comunidades
cuando son intervenidas, sin observar previamente la política del diálogo, del
acuerdo, del necesario consenso democrático, se termina por romper la base
misma de la sociedad; sus comunidades mueren o subsisten languideciendo.
Son
estos sistemas de relaciones múltiples y complejas los que hacen posible a la
sociedad, vehículo multiforme, que vincula al Estado con los individuos que
devienen en personas, dotadas de una dignidad intrínseca, superior y anterior
al Estado.
Este
punto de vista, que hemos brevemente reseñado, no ha sido, a juicio nuestro,
aún realmente incorporado al debate ni a la formulación del necesario orden
legal. Y hoy cuando todo se quiere cambiar, tiene que comenzarse a hablar de
las comunidades de comunidades, del mundo que hay en cada una de ellas, que son
agentes de cambio en la base social. Todo el ordenamiento constitucional
fundamental debe estimular, proteger y amparar a estas comunidades, a la
familia, a los colegios y a las universidades.
El
derecho a vivir en una comunidad y el derecho de ésta a existir, cualquiera que
se la forma jurídica que adopte, siempre que no sea contraria a la moral, a las
buenas costumbres o al orden público, tiene que estar realmente amparado, por la Carta Fundamental. El legislador podrá dictar todas las leyes que quiera, en uso de
su potestad legislativa, pero no podrá aunque lo intente inmiscuirse más allá
de lo estrictamente necesario para resguardar los valores señalados, en el
funcionamiento de tales organismos intermedios, ya que allí se juega la
libertad, la igualdad y la fraternidad.
Estos
principios y valores de nuestra sociedad y que corresponden a la civilización
de la cual formamos parte y que queremos seguir integrando, deben siempre
tenerse presente por los cuerpos u organismos públicos fundamentales que dictan
leyes, elaboran reformas constitucionales o introducen transformaciones al
ordenamiento jurídico positivo, especialmente en lo relacionado con la
enseñanza y la cultura.
La
sociedad chilena debiera estar discutiendo, en una gran conversación colectiva,
muy distinta al criterio descalificador que vemos en una especie de verdadera
asamblea constituyente cultural, la cultura propiamente tal que queremos para
Chile, la pluralidad cultural, el carácter plurinacional de nuestro Estado.
Todos debiéramos estar preocupados de cómo se transmite y crea el conocimiento
en la actualidad; cómo se conocen las cosas y los seres en las comunidades de
base de la sociedad, en los olvidados cuerpos intermedios educacionales y
culturales. Nos gustaría conocer cuántos académicos tiene actualmente Chile,
cuales son las investigaciones que están realizando, los trabajos publicados en
revistas de carácter internacional, los descubrimientos realizados; cómo se
está creando conocimiento y cómo está cambiando la forma de pensar, en un mundo
que abandona cada vez más la lectura y se transforma para los más jóvenes en
audiovisual, digital o meramente tecnológico y que hace cambios estructurales
en las técnicas de aprender, que influyen en su funcionamiento neurológico. De
allí que siempre se habla y con autoridad, que todo comienza en la sala de
clases. Nosotros decimos que todo comienza en la sala cuna y de allí se va
caminando en una larga ruta que debiera ser de afectos, de sentimientos y de
conocimiento de otros.
Chile
necesita realmente un cambio profundo de contenido humanista y no de criterios
meramente economicistas. La reforma educacional que votamos no puede ser única
y exclusivamente un debate económico, una discusión de cifras, de encuestas, de
porcentajes; debiera ser el debate de una sociedad abierta, llevado a cabo en
los cuerpos intermedios, en las comunidades mismas.
Si
queremos corregir el modelo neoliberal con su carga de individualismo extremo,
es preciso presentarle batalla con verdaderos contenidos y no con eslóganes o
simples titulares de noticiarios de televisión, o conceptos simplistas tipo
Twitter.
No
parece tan obvio, pero en el fondo estamos asistiendo a una gran batalla
cultural en este campo. Un combate que es parte de una interminable lucha por
las ideas. Para la derecha, los colegios son meros centros de aprendizaje,
fábricas de expertos e incluso una de las muchas actividades lucrativas
posibles. Para la izquierda, es una cuestión sustancialmente estatal, dirigida
y controlada por el Estado. Para nosotros, es una materia distinta que exorbita
esas categorías y
que se opone frontalmente a las reducciones de las anteriores visiones. Por eso
pedimos un esfuerzo colectivo para mirar y reflexionar sobre los conceptos
expuestos. Así la tarea del Gobierno y el Congreso y por cierto de la
ciudadanía podrá ser fructífera y conducirá a una especie de tarea nacional y
popular, comprensible para la ciudadanía.
En la
interpelación al señor ministro de Educación se hizo referencia a un estudio de
la Universidad
de Chile sobre los colegios que fracasaron, más de 3000, en 15 años. Nadie se
condolió del drama que ello envuelve, más bien se celebró que ello demostrará
que no era grave ni nuevo y que así opera el mercado. El estudio aludido aún en
proceso asegura que la “industria de la educación” es muy compleja. Qué grave
considerar que la educación se somete a las puras reglas del mercado como
cualquier comercio o industria.
Es una
mala y degenerada aplicación de la economía a un tema que se debe regir por
otros cánones en lo substancial.
Como
sostenía, ya en el año 1943, Jacques Maritain: “El campo de la enseñanza es el
campo de la verdad –la verdad especulativa y la verdad práctica. La única
influencia que domine en la escuela y en la universidad debe ser la de la
verdad, la de las realidades inteligibles, cuyo poder iluminador obtiene por su
sola virtud –no por la de la autoridad humana o del magíster dixit– el
asentimiento de un espíritu abierto dispuesto a pronunciarse de una manera u
otra sobre la fe de la evidencia. Sin
duda el espíritu abierto del niño se halla aún desarmado e incapaz de juzgar
sobre la fe de la evidencia; por tanto, él deberá creer a su maestro. Pero
desde un principio, el maestro tendrá que respetar en el niño la dignidad del
espíritu, deberá apelar a la capacidad de comprensión del niño y concebir su
propio esfuerzo como algo que ha de preparar a un espíritu humano a pensar por
sí mismo”. ¿Y qué significan tales conceptos?: libertad, mayores espacios de
libertad, respeto de la dignidad de toda las personas y más comunidades.
Podemos
decir, plenamente convencidos, que la reforma educacional que hasta ahora
impulsa el Gobierno y la
Nueva Mayoría no se orienta, hasta donde sabemos, a
considerar cabalmente la realidad que representan las comunidades de comunidades,
que existen en el ámbito educacional. Han olvidado, tal vez sin quererlo o
guiados por una visión ideológica equivocada, la cultura, la vigencia y
existencia de los cuerpos intermedios que conforman la sociedad. Se requiere,
como tarea de extraordinaria importancia, una misión colectiva cultural y
educativa, personalista, humanista y vitalmente comunitaria. Sólo desde este
punto de vista, se podrá construir una reforma educacional con más sentido y
contenido humano, que multiplique los afectos en la sociedad chilena. Por este
cambio cultural debiera jugarse el país y aquí debiera estar el centro del
debate, no en los temas económicos o econométricos que seducen a tantos y que
han hecho que olviden el centro mismo del problema: las personas y su pertenencia
a las comunidades.
Prontamente
se presentarán proyectos de leyes sobre la educación estatal, radicada hoy en
el nivel municipal. Se escucha decir que el Estado pasaría a tomar a su cargo
tal educación, a través de órganos o agencias estatales descentralizadas o
desconcentradas. Pero hay mucha oscuridad aquí. Una Educación Pública, concebida solo así,
es una simple estatización de la misma. Habría que pensar más bien en una
educación pública con fuertes dosis de autonomía respecto del Estado, poniendo
el acento en lo comunitario. Lo público no está exclusivamente en el Estado.
También hay Educación Pública cuando esta es realizada por comunidades o
cuerpos autónomos, regionales, municipales o locales ajenos al Estado, que
cumplan fines públicos y que deben incorporar en sus estructuras la
participación activa de los docentes, de los padres y madres, y de los propios
alumnos y alumnas, en la proporción adecuada, en todo el proceso educacional,
según sus conocimientos, méritos y preparación.
También
se presentarán proyectos de ley sobre las Universidades. Esperamos que antes de
hablar de aportes basales fiscales, presupuestos y gratuidad, se converse y
dialogue en las comunidades universitarias, sobre la misión de las
universidades. Sobre los aportes creativos de los universitarios. Después de
concertada cuál debiera ser la misión de las universidades chilenas, debería la
necesaria autonomía de ellas quedar resguardada en la Constitución. Solo
así podrán transmitir conocimientos y abrir caminos a una juventud culta, con
concepciones y visiones humanistas sobre la vida. Si se hace esto, que es pura
comunidad, se estaría construyendo un país solidario. Una nación, país o Estado
es un proyecto de ideas y tareas, es más que un pasado común, es más que los
mares, ríos valles y montañas. Es un propósito común de una sociedad plena de
comunidades debidamente articulada que crea confianza y hermandad.
CONCLUSIONES
1.- La
gran reforma debe considerar que en las instituciones educativas que se
financian con fondos públicos se desarrolla una auténtica comunidad educativa, que
se debe representar en órganos colegiados que influyen y
deciden en lo que concierne a su conducción; que esté integrado por los
sostenedores, fundadores o representantes del Estado, en su caso, y los
profesores, apoderados y alumnos. El sector privado debería imitar este proceso
educativo si desea acceder a la categoría de comunidad educativa.
2.-
La autonomía
universitaria debe ser reforzada y tener rango
constitucional.
3.-
Debe superarse la
dicotomía Estado y emprendimiento educacional y con las
palabras de la máxima autoridad decimos:
Con
mucha propiedad, Jorge Bergoglio, hoy Papa Francisco, escribió lo siguiente:
“En
este momento creo que, o se apuesta a la cultura del encuentro o se pierde. Las
propuestas totalitarias del siglo pasado –fascismo, nazismo, comunismo o
liberalismo– tienden a atomizar. Son propuestas corporativas que, bajo el
cascarón de la unificación, tienen átomos sin organicidad. El desafío más
humano es la organicidad. Por ejemplo, el capitalismo salvaje atomiza lo
económico y social, mientras que el desafío de una sociedad es, por el
contrario, cómo establecer lazos de solidaridad”.
4.-
Reconocemos que pensamos
y escribimos desde una filosofía, un humanismo cristiano que se
proyecta en la sociedad. Ello, lejos de avergonzarnos, nos tonifica, nos ayuda
en la búsqueda de las certezas, y por ello no ocultamos nuestras raíces, no
buscamos en otras concepciones las respuestas que ofrecemos. No somos
liberales, porque no creemos en el solo individuo, valga la redundancia, y
tampoco en el Estado como motor absoluto ni mayoritario del bien común.
5.-
Cada uno debe dejar claro qué defiende y qué anclaje tiene. Las reformas estructurales por
ser tan necesarias requieren ser fundadas con claridad. Es
lo menos que puede pedirse para que la discusión sea diáfana y su creación
válida socialmente.
6.- No
discutimos que la educación es un derecho de características polifacéticas; es
un derecho claramente social y público, pero al mismo tiempo es de orden
familiar y constituye un derecho personalísimo de los alumnos y las alumnas;
esto está reconocido por los Pactos Internacionales y entramparnos
indefinidamente en los instrumentos, que podemos perfeccionar en el tiempo,
sería un error en un Chile que merece superar la discusión actual. Este
artículo invita a un camino que se transita unidos o no nos llevará a ninguna
parte. El bien común nos indica que el Estado, por cierto, debe fiscalizar y
supervigilar la actividad educacional, en todos sus aspectos, pero haciéndolo
siempre desde un claro punto de vista que considere la existencia de las
comunidades que no pueden ser desconocidas o desvalorizadas y en estas siempre
ha de primar el interés público relevante. El propósito central de estas comunidades
debiera ser, por sobre todas las cosas meramente financieras o económicas, el
desarrollo integral de todas las personas. Este es el fin u objetivo esencial
que debe buscarse siempre. La sociedad del bien común se construye sobre la
base de las comunidades.
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