martes, 15 de octubre de 2013

MIENTRAS LAS MUERTES EN EL MAR SE SUCEDEN, ITALIA EXIGE A EUROPA UNA SOLUCION CONJUNTA PARA LA CRISIS MIGRATORIA

El mar Mediterráneo, tumba de inmigrantes

Según la ONU, entre 1998 y 2011 las víctimas en el Mediterráneo fueron 13.500. A pedido de Italia, después de los últimos naufragios, la Unión Europea estaría estudiando un plan más eficaz para encauzar el creciente flujo migratorio desde Africa.

Familiares de las víctimas del naufragio frente a Lampedusa colocan fotografías en los féretros de los ahogados.


Por Elena Llorente
Desde Roma
Después de las 13 víctimas en un naufragio del 30 de septiembre frente a Sicilia, de las 359 del hundimiento de una barcaza el 3 de octubre frente a la isla de Lampedusa, y de las 34 del pasado viernes, todo hace pensar que la muerte en el Mediterráneo no tendrá fin mientras no se cambien las reglas para la recepción de los refugiados y migrantes en Italia y en Europa, y los países costeros no dispongan de mayores recursos de la Unión Europea para ayudarlos. Pero para eso, de concretarse, se requerirá un cierto tiempo y los inmigrantes, desesperados, siguen llegando. La Guardia Costera italiana dijo que el viernes había logrado salvar a 430 personas que surcaban el mar en tres barcazas. Los sobrevivientes del naufragio del viernes dicen, por su parte, que en la nave viajaban unos 400 y no 250 como pensaban las autoridades en un primer momento. De ser así, las víctimas serían muchas más.
Los cambios políticos en varios países de Medio Oriente y el norte de Africa, la pobreza y los conflictos en varios Estados del Africa subsahariana como Eritrea o Somalia, han ayudado a intensificar este proceso que de todas maneras, con altibajos, comenzó mucho tiempo atrás. A medida que la brecha social y cultural entre los países de Africa y Asia en relación con Europa se hacía más evidente gracias a los medios de comunicación –mucha gente pudo ver así por primera vez los lujos del Norte–, la necesidad de partir en busca de un futuro mejor y de más justicia para la propia familia se hizo más imperiosa.
Las migraciones, de todas maneras, no son una novedad en el mundo y los argentinos lo saben bien. A principios y mediados del siglo pasado fueron predominantemente de Norte a Sur –caso Argentina, Brasil, Venezuela, que recibieron a miles de españoles e italianos, entre otros– y de Norte a Norte –caso Estados Unidos–. Europa estaba en la miseria y estos países necesitaban poblar su territorio, desarrollar su economía, y por eso acogían a los inmigrantes con cierta cordialidad.
A fines del siglo pasado el mundo cambió radicalmente al caer los regímenes comunistas y su economía paternalista, criticada por muchos pero que intentaba resolver las cuestiones primordiales de la subsistencia. Y las migraciones comenzaron a moverse de Este a Oeste y de Sur a Norte. Fue el período en el que Italia recibió, sobre todo, inmensos barcos llenos de albaneses y rumanos que cruzaban el mar Adriático pensando en hacerse “la América”.
El mundo cambió también porque la caída del comunismo abrió las puertas indirectamente a la generalización o globalización del sistema económico capitalista y de sus valores, que empezaron a ser los únicos vigentes. Las relaciones económicas entre las empresas y entre los Estados se hicieron más fluidas, y el capitalismo globalizado pudo así aprovechar de todo tipo de ventaja, multiplicando sus ganancias por varios miles. Las televisiones multinacionales e Internet ayudaron poderosamente a la difusión de este proceso y de su escala de valores.
¿Pero qué pasó con los seres humanos –¡seres humanos!– que pasaron por todos estos cambios, sobre todo en la pobrísima Africa negra, pero también en los países árabes y en ciertas regiones de Asia? ¿Se distribuyeron parte de los beneficios que daba la globalización para mejorar el nivel de vida y cultural de la gente? ¿Sobrevivió la propia cultura? ¿Son felices con el nuevo sistema?
Los miles y miles de seres humanos que cada año intentan llegar, desde Africa y Asia sobre todo, al mundo “desarrollado” llamado Europa, usando los medios más inverosímiles y sin medir riesgos y consecuencias, habla de los sueños frustrados de esos jóvenes hombres y mujeres, de esas madres con niños pequeños o embarazadas que prefieren arriesgar la vida en el mar, con la ilusión de un futuro soleado, que morir en vida donde estaban. La llamada “primavera árabe”, la caída de varios gobiernos dictatoriales en países del norte de Africa como Libia, Túnez y Egipto, y las guerras o persecuciones desatadas en esos países, hizo aumentar poderosamente el número de gente que escapaba. Algo similar está ocurriendo ahora con los sirios que huyen del conflicto en su propio país.
Entre 1998 y 2011, según el Alto Comisariado de la ONU para los Refugiados, las víctimas en el mar fueron 13.500. Otras cifras de Fortress Europe, un observatorio sobre las víctimas de la inmigración, habla de 20 mil muertos en el Mediterráneo en los últimos 20 años. Uno de los peores años fue 2011. Murieron 2350 personas y 60 mil lograron desembarcar en Italia, la mayor parte provenientes de los países del norte de Africa.





Luego de la visita a Lampedusa esta semana del presidente de la Comisión Europea, José Durao Barroso, la Unión Europea estaría estudiando un plan más eficaz para contener el flujo migratorio. El jefe del Gobierno italiano, Enrico Letta, por su parte, prometió que impondrá el asunto migraciones como tema de la agenda de la Unión Europea de fines de octubre. En una rueda de prensa en Ginebra, el portavoz del Acnur (Agencia de la ONU para los refugiados), Adrian Edwards, dijo que “se deben usar todos los medios disponibles para mitigar las reales causas que provocan la huida de refugiados de los países de origen”. Según Edwards, se debe difundir más información sobre los peligros de los viajes irregulares por mar hacia Europa; debe haber una mejor recopilación e intercambio de información sobre las rutas y los medios de transporte tomados por quienes están huyendo; y debe haber una mejor respuesta con respecto al rescate y la intercepción en el mar. También destacó la necesidad de mejorar los mecanismos para la atención a los recién llegados y las instalaciones de acogida en Lampedusa, fuertemente sobrepobladas.


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