Adiós
examen médico, ¿qué hacemos ahora con la calidad?
La filtración de 12 preguntas en la última versión del Examen
Único Nacional de Conocimientos de Medicina (Eunacom) dio cuenta del estado de
jaque en que está esta prueba, cuestión no menor si se considera que busca
evaluar la calidad de atención de salud que puede recibir la mayor parte de la
población. El día lunes, de forma inesperada, nos hemos enterado a través de la
prensa que el Ministerio de Salud, responsable final de dicho examen, ha decido
no considerarlo más como mecanismo de habilitación de los médicos, traspasando
toda la responsabilidad a la cuestionada acreditación de las universidades y
sus carreras. Preocupante e inentendible, más aún cuando decanos de las
facultades de medicina del país, representantes del Colegio Médico y
estudiantes, declaran la unilateralidad de esta medida, omitiendo los intentos
de regulación a través de una mesa de trabajo entre estas entidades.
Es difícil vislumbrar la
gravedad sin entender la historia detrás. El examen nacional se implementó por
primera vez el 2001, con el objetivo de conocer el nivel de los egresados de
medicina y dar retroalimentación a las facultades de la disciplina, cuestión
que seguía experiencias internacionales de estandarización. Durante este primer
tiempo, desde la academia se daba una buena lectura del proceso, ya que buscaba
nivelar la calidad de la desregulada educación superior. Por lo mismo, durante
los años siguientes, fue tomando gran relevancia, surgiendo importantes
conflictos derivados de la presión pública que comenzó a existir: los
resultados del examen, a pesar de la limitada información que entregan de la
calidad de la formación de los médicos egresados, comenzaron a llenar portadas
de diarios, lo que derivó en una insensata competencia entre las escuelas de
medicina por disputarse los mejores resultados, y así aumentar su matrícula.
Por si fuera poco, el año 2008 se instaura por Ley el Examen Único Nacional de
Conocimientos de Medicina (Eunacom), que agrega una nueva función al examen:
habilitar a los médicos para trabajar en el sistema público. Con esto, el
examen es sacramentado, de él dependían la calidad tanto de universidades como
de los mismos médicos.
El proceso se desvirtuó de tal forma, que comenzó a ser más
rentable mostrar mejores resultados en el examen que en la misma acreditación,
a pesar que entregaban información contradictoria. Las universidades comenzaron
a invertir más en formación teórica -más económica- que en formación clínica y
actitudinal de los médicos, surgiendo una suerte de “preuniversitarios” en las
escuelas de medicina, con el fin de mejorar sus resultados de forma rápida, sin
la necesidad de mejorar el proceso de formación en su conjunto.
Paradójicamente, un proceso de aseguramiento de calidad, se convirtió en un
instrumento que afectó negativamente la formación, centrándose la competencia
en un indicador teórico imperfecto, omitiendo además competencias prácticas.
¿Usted se operaría con un médico que sabe teóricamente como realizar una
cirugía pero que nunca la ha realizado? Contra toda lógica, todos consideraban
como mejor escuela la que mostrara mejores resultados en el examen, omitiendo
otros indicadores.
Con este panorama, es casi predecible la filtración de preguntas
de fines del 2012, si se considera que las mismas facultades que rendían el
examen, lo confeccionaban, con la gran presión existente por lograr buenos
resultados. Con este diagnóstico, médicos recién egresados agrupados en
“Médicos por Chile” se movilizaron y plantearon cambios drásticos al EUNACOM
que acabaran con los incentivos para las malas prácticas, y dieran a la vez, la
opción de avanzar a una evaluación más integral de los recién egresados:
definir claramente el rol habilitante de la prueba, con resultados dicotómicos
de aprobado/reprobado, dejando de ser utilizado para realizar un ranking y para
seleccionar en especialidades. Además, crear una institución autónoma con un
alto estándar de calidad para la confección, administración y mejora del
examen. Con esto como base, se conformó una mesa de trabajo para lograr una
reforma que se ajustara a las necesidades del Chile de hoy, y no pusiera en
entredicho la calidad y el proceso de formación de las escuelas de medicina.
El jaque llegó el día lunes a primera hora, cuando el Ministerio
de Salud anunció su intención de cambiar unilateralmente la Ley, quitando el
carácter habilitante al examen para egresados de escuelas acreditadas,
excluyéndose al mismo tiempo del problema actual, pero sin solucionarlo. Peor
aún, descalificando el trabajo entre estudiantes, médicos y universidades. La
justificación de esto fue dada por el mismo Ministro Jaime Mañalich: “Si una
universidad reconocida por el Estado dice que uno de sus estudiantes alcanzó el
título de médico ¿Quiénes somos nosotros para decir que no?”. Sorprendente,
sobre todo con los fundamentados cuestionamientos realizados hoy en día a la
acreditación de las universidades. Un simple ejemplo, en Chile existen 28
escuelas de medicina, y todas están acreditadas, incluida la Escuela de
Medicina de la Universidad del Mar, caso emblemático de mala calidad y abusos
que incluso llevaron a su cierre.
Con la decisión unilateral del ministerio hemos quedado sin una
forma de medir calidad de los médicos del país, la acreditación claramente no
cumple su rol, y ahora no habrá examen que asegure lo básico. Se ha tratado de
minimizar el problema a través de la prensa diciendo que es marginal el número
de médicos que no lo han aprobado, pero entre 2010 y 2011, fueron 116 doctores
que lo reprobaron ¿Usted se atendería con ellos?, y eso que lo preparan de
forma dirigida. Un examen teórico no puede medir a un profesional en su
totalidad, pero si un mínimo, sin conocimientos no se puede realizar una buena
práctica, aunque claramente, tenerlos tampoco la asegura.
Además, el examen sigue existiendo, y tal como declaró el
ministro, “esto da la oportunidad para que vuelva a sus objetivos originales”,
seleccionar y generar un ranking, los principales incentivos que llevaron al
problema actual. Es decir, mientras se buscaba avanzar hacia un examen
habilitante que asegurara un mínimo de calidad en los médicos, y diera la
oportunidad de utilizar bien el indicador como uno más dentro del proceso de
evaluación de calidad, el Ministerio de Salud optó por seguir el camino
contrario, eliminando su carácter habilitador, potenciando su rol
categorizador, lo que mantiene la lógica del mercado de la educación,
posibilitando que universidades de baja calidad hagan marketing y se posicionen
a través de la prueba, perpetuando los problemas actuales.
Aún
no existen certezas en este proceso, faltan las reacciones de estudiantes,
médicos, universidades y la sociedad en su conjunto. Aún falta la decisión
parlamentaria. Hay que ser enfáticos, el examen no es la solución a los
problemas de la formación de médicos, debe tomarse de forma correcta, como un
indicador más de muchos otros que miden calidad. Sería ideal no necesitarlo,
pero en las condiciones actuales, dejarnos sin un instrumento en base al cual
trabajar por la calidad, es al menos cuestionable. Más aún si ese mismo
instrumento se potencia como un factor negativo en el sistema. Cuando la
educación está en crisis, se topa con la salud en crisis, como en este caso,
hay que evaluar los procesos más allá de los determinantes y
consecuencias inmediatas. Es de esperar que seamos capaces de avanzar hacia un
proceso que asegure un ejercicio médico de calidad, que se conecte y pueda
aportar a mejorar la realidad social del país
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