Por: Benito Baranda
“Me desespera la falta de determinación de algunos sectores para implementar una reforma tributaria. ¡Hay que hacerla! Pónganse de acuerdo de una vez, vean de dónde sacar los tributos sin afectar la inversión y el empleo, pero concrétenla porque Chile no puede seguir sufriendo estos niveles de desigualdad. Los buenos resultados de estas acciones están a la vista: sin tributos los chilenos no tendríamos la cobertura preescolar ni de enseñanza media que tenemos. Tampoco la Beca Milenio ni los créditos con aval del Estado. Con ellos, 7 de cada 10 jóvenes pueden estudiar. Finlandia hizo su reforma educacional en 1975 y hoy está cosechando los resultados. Lo mismo Irlanda. Nosotros no podemos seguir postergando, porque los cambios demoran al menos 20 años en verse reflejados”.
“En Chile no existe la clase media. Existe una clase media cultural, pero en términos de ingreso, fue arrasada en estos últimos cuarenta años de desarrollo. Con Portugal tenemos ingresos similares per cápita de unos 18 o 20 mil dólares anuales, pero en Chile ese ingreso solo lo recibimos el 9 por ciento de los chilenos, mientras que en Portugal la cifra es del 53 por ciento. Ahí sí hay clase media”.
“La austeridad es un valor, porque si no regulamos nuestro afecto por los bienes, nos deshumanizamos. Hoy los jóvenes son más conscientes que sus padres respecto de esa necesidad. Tienen hambre de algo distinto frente al vacío que experimentan. No es casualidad el alto consumo de alcohol entre los jóvenes del barrio alto. Es la respuesta frente a la pobreza de los vínculos familiares y a padres Light, que parecen adolescentes con vínculos primitivos con los bienes”.
“¿Qué es ser pobre en 2014? Es una familia de cuatro personas con un ingreso inferior a $ 400.000 que vive en la periferia, que gasta un tercio de esa plata en traslados. Es una mujer jefa de familia o casada con un hombre que tiene trabajo temporal, que se levanta todos los días antes de las 7 de la mañana para, en el mejor de los casos, llevar a sus hijos en micro a la escuela que queda lejos o pedirles a su madre o a una vecina que lo haga para que ella pueda llegar a tiempo a su trabajo en el barrio alto después de dos horas de Transantiago, que puede pagar solo los primeros quince días del mes, hasta que se le acaba la plata y debe evadir el pago. También solo los primeros 15 días del mes le alcanza para darles un desayuno regular a sus hijos. El resto del tiempo restringe su propia comida: les deja a los hijos el arroz y el pollo, y ella se mantiene con pan, té o bebidas que le aporten azúcar para resistir la jornada. Son mujeres que después de trabajar todo el día y de andar dos horas en micro, llegan a las nueve de la noche a sus casas a hacer tareas, cocinar, arreglar el uniforme, para al otro día seguir sin respiro. Son mujeres que viven encerradas en sus viviendas emplazadas en guetos de pobreza y aislamiento, como en Bajos de Mena, en Puente Alto, con hijos también encerrados, porque el entorno es peligroso. Esa mujer tiene un nivel de estrés altísimo y un aguante muy grande. Pero, en algún minuto revienta. Y, cuando lo hace, se le acusa de abandonar a los niños, de que no cumple en la pega, se le tilda de floja, se la carga de prejuicios por el total desconocimiento de la vida que lleva. Yo les pido a las mujeres de barrio alto que piensen en esas mujeres y se imaginen viviendo así”.
“La clase alta chilena también vive en guetos: guetos de riqueza. Y porque casi no se relacionan con otras realidades, ven a los pobres como una amenaza. Esa distancia impide a sus profesionales decidir justamente, por ejemplo, sobre los salarios de sus trabajadores, responsables de la producción de su riqueza. Si vives en una burbuja, es poco probable que estés dispuesto a mejorar la calidad de vida de otros a través del salario. Cuando un amigo de La Dehesa me preguntó si me daba miedo que mis hijos se movieran en micro por La Pintana, cerca de donde vivo, le respondí que más miedo me daría que vivieran aislados en La Dehesa”.
“Los católicos del barrio alto debemos abandonar esa cultura feudal que nos ha llevado a creer que cuando damos trabajo estamos haciendo un favor. El Papa lo dice muy claro: en ninguna parte del mundo se ha demostrado que el chorreo haya generado mayor desarrollo y justicia social. Estados Unidos, el país donde se suponía que eso ocurría, tiene 45 millones de personas fuera de los sistemas de salud y un 16 por ciento de pobreza. Que no nos vengan a contar el cuento”.
“Tenemos una solidaridad esporádica que nace para descargar parte de los sentimientos de culpa que nos genera vivir en la desigualdad. Nace de la empatía que tenemos guardada, porque en el día a día estamos defendiendo nuestros bienes. Esa necesidad de ayudar surge cuando frente a dramas tremendos, como el incendio de Valparaíso, explotamos. Pero luego nos volvemos a retraer”.
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