No fue un circo
por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador
NINGUNA DE las explicaciones que andan dando vuelta convence. Se nos quiere hacer creer que a Beyer lo habría destituido el Senado porque era más capaz que sus impugnadores (un académico “capísimo” entre cuanto “tutti capi” a cargo de “lo peor de la política” en este país); porque una pila de inconsecuentes con tejado de vidrio, “una pequeña mayoría” (no gracias al quórum exigido sino triunfante al más puro estilo venezolano) no habría sabido valorar todo lo que él -nadie antes- hizo. A Beyer se le habría destituido porque, ahora, es “la calle” la fuerza imbatible; o bien porque no habiendo más hombres de coraje entre los falangistas (salvo uno), al ex ministro lo crucificaron. Beyer sería un “mártir republicano”, “héroe”, una “inocente” víctima de una “guerra sucia”, un ahora “desaparecido” al que sólo cabe llorar frente a las cámaras. Me van a perdonar, pero ante semejantes hiperventilaciones cuesta entender quién realmente anima el supuesto circo o farándula.
Los argumentos “jurídicos” que se han ofrecido también suenan estrambóticos. Los abogados del ministro, más que defenderlo, parecen haberse propuesto invalidar anticipadamente la sentencia que suponían inevitable. De ahí que aseveraran que, de llegar a aceptarse el libelo, la sentencia sería “un golpe constitucional” y, estando pifiada la acusación en la forma (cuestión que la defensa no opuso en su debido momento), cualquier condena sería nula. Pero, ¿nula ante quién si no había instancia de apelación? El ministro merecía una defensa mejor, a no ser que, a sabiendas que perdían, apostaron todo a la conocida carta antipolítica, antipartidista, antiparlamentarista, típica de la derecha autoritaria, y a su ultima ratio el “cuco” frondista craneado por A. Edwards, J. Eyzaguirre, M. Góngora, J. Guzmán et al. Beyer, visto así, se convierte en el “hombre de los hechos”, el “hombre de Estado” que sucumbe ante la “anarquía congresista” que es como les gusta ver las cosas.
De haber sido esa la intención, no se pudo haber elegido una peor estrategia argumentativa. Sigámosle la lógica, pero, al revés. El caso Beyer confirma que, de ahora en adelante, si un ministro de Educación persiste en que el lucro no es un problema, se expone a que lo acusen y destituyan. La alternativa es que surja el peor de los escenarios posibles. Por un lado, la turba populista callejera que clama por derrocar el sistema y, por otro, un Ejecutivo insensible que no cambia nada, amén de eximirse de cualquier juzgamiento político y así enfrentar graníticamente al populismo callejero. El lucro, evidentemente, es un tópico excusa para ambos polos en contienda armada. Bien podríamos estar tratando la necesidad de una nueva Constitución y se trataría del mismo dilema: dónde y entre quiénes se han de convenir los cambios políticos que el país requiere.
Hizo bien el Senado en actuar políticamente y no dejar que prescindieran del Congreso. Es preferible tener a lo sumo uno o dos chavistas en el hemiciclo discutiendo junto al resto, logrando cambios legales, que miles de miles en las calles enfrentándose al “modelo”, a la Constitución y las leyes. Tampoco sirve esperar a que elijamos un presidente(a) en la próxima elección. Seguramente no resolverá el entuerto, y menos si ya la conocemos.
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