Desde
que el obispo de Roma electo, y por eso Papa, asumió el nombre de Francisco, se
hace inevitable la comparación entre los dos Franciscos, el de Asís y el de
Roma. Además, el Francisco de Roma se remitió explícitamente a Francisco de
Asís. Evidentemente no se trata de mimetismo, sino de constatar puntos de
inspiración que nos indiquen el estilo que el Francisco de Roma quiere conferir
a la dirección de la Iglesia universal.
Hay
un punto común innegable: la crisis de la institución eclesiástica. El joven
Francisco dice haber oído una voz venida del Crucifijo de San Damián que le
decía: “Francisco
repara mi Iglesia porque está en ruinas”. Giotto lo representó
bien, mostrando a Francisco soportando sobre sus hombros el pesado edificio de
la Iglesia.
Nosotros
vivimos también una grave crisis por causa de los escándalos internos de la
propia institución eclesiástica. Se ha oído el clamor universal (“la voz del pueblo es la voz de
Dios”): “reparen la Iglesia que se encuentra en ruinas en su moralidad y
su credibilidad”. Y se ha confiado a un cardenal de la periferia
del mundo, a Bergoglio, de Buenos Aires, la misión de restaurar, como Papa, la
Iglesia a la luz de Francisco de Asís.
En
el tiempo de san Francisco de Asís triunfaba el Papa Inocencio III (1198 –
1216) que se presentaba como “el representante de Cristo”. Con él se alcanzó
el grado supremo de secularización de la institución eclesiástica con intereses
explícitos de “dominium mundi”, de dominación del mundo. Efectivamente,
por un momento, prácticamente toda Europa hasta Rusia estaba sometida al Papa.
Se vivía en la mayor pompa y gloria. En 1210, con muchas dudas, Inocencio III
reconoció el camino de pobreza de Francisco de Asís. La crisis era teológica,
pues una Iglesia-imperio temporal y sacral contradecía todo lo que Jesús
quería.
Francisco vivió la antítesis del proyecto imperial de
Iglesia. Al evangelio del poder, presentó el poder del evangelio: en el
despojamiento total, en la pobreza radical y en la extrema sencillez. No se
situó en el marco clerical ni monacal, sino que como laico se orientó por el
evangelio vivido al pie de la letra en las periferias de las ciudades, donde
están los pobres y los leprosos, y en medio de la naturaleza, viviendo una
hermandad cósmica con todos los seres. Desde la periferia habló al centro,
pidiendo conversión. Sin hacer una crítica explícita, inició una gran reforma a
partir de abajo pero sin romper con Roma. Nos encontramos ante un genio
cristiano de seductora humanidad y de fascinante ternura y cuidado que puso al
descubierto lo mejor de nuestra humanidad.
Estimo que esta estrategia debe haber impresionado a
Francisco de Roma. Hay que reformar la Curia y los hábitos clericales de toda
la Iglesia. Pero no hay que crear una ruptura que desgarraría el cuerpo de la
cristiandad.
Otro punto que seguramente habrá inspirado a Francisco de
Roma: la centralidad que Francisco de Asís otorgó a los pobres. No organizó
ninguna obra para los pobres, sino que vivió con los pobres y como los pobres.
Francisco de Roma, desde que lo conocemos, vive repitiendo que el problema de
los pobres no se resuelve sin la participación de los pobres, no por la
filantropía sino por la justicia social. Ésta disminuye las desigualdades que
castigan a América Latina y, en general, al mundo entero.
El tercer punto de inspiración es de gran actualidad: cómo
relacionarnos con la Madre Tierra y con los bienes y servicios escasos. En la
alocución inaugural de su entronización, Francisco de Roma usó más de 8 veces
la palabra cuidado. Es la ética del cuidado, como yo mismo he insistido
fuertemente, la que va a salvar la vida humana y garantizar la vitalidad de los
ecosistemas. Francisco de Asís, patrono de la ecología, será el paradigma de
una relación respetuosa y fraterna hacia todos los seres, no encima sino al pie
de la naturaleza.
Francisco
de Asís mantuvo con Clara una relación de gran amistad y de verdadero amor.
Exaltó a la mujer y a las virtudes considerándolas “damas”. Ojalá
inspire a Francisco de Roma una relación con las mujeres, que son la mayoría de
la Iglesia, no sólo de respeto, sino también dándoles protagonismo en la toma
de decisiones sobre los caminos de la fe y de la espiritualidad en el nuevo
milenio.
Por
último, Francisco de Asís es, según el filósofo Max Scheler, el prototipo
occidental de la razón cordial y emocional. Ella nos hace sensibles a la pasión
de los que sufren y a los gritos de la Tierra. Francisco de Roma, a diferencia
de Benedicto XVI, expresión de la razón intelectual, es un claro ejemplo de la
inteligencia cordial que ama al pueblo, abraza a las personas, besa a los niños
y mira amorosamente a las multitudes. Si la razón moderna se amalgama con la
sensibilidad del corazón, no será tan difícil cuidar la Casa Común y a
los hijos e hijas desheredados, y alimentaremos la convicción muy franciscana
de que abrazando cariñosamente al mundo, estamos abrazando a Dios.
Leonardo
Boff
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